Todos en el fondo somos de ningún lado del todo y de todos lados un poco
[Jorge Drexler – Movimiento]
No sé si te ha pasado alguna vez. A veces, llega a tus manos un libro y no sabes por qué, quien te lo recomendó o cómo llegaste a él. Esto me pasó con el libro titulado “Cosas que no quiero saber”, el primero de los tres que conforman la autobiografía “en construcción” de la novelista británica Deborah Levy.
Empecé justo al inicio de mis vacaciones, con la cabeza todavía llena de demasiadas cuestiones de trabajo. Me costó entrar. La primera parte te invita a reflexionar sobre el rol de nosotras (las mujeres) y de cómo lo construimos en la sociedad en la que estamos. Y ya, a partir del segundo capítulo, te transporta al Johannesburgo de 1964 cuando ella tenía tan solo 5 años de edad. Si quieres conocer su historia, tan solo debes abrir el libro y no cerrarlo hasta el final. Como en todas las historias verdaderas, no siempre hay finales de cuento.
A mí, este libro me ha ayudado a reflexionar en las diversas vidas que las personas pueden tener en cada una de las infinitas ciudades y pueblos del mundo. Según donde naciste, en qué país, en qué momento socioeconómico, político, de paz o de lucha… tu realidad puede ser muy distinta. ¡Y, además, hay tantos tipos de lucha!
Construir una identidad en otra cara del mundo
Este libro, también, me ha hecho conectar con todas las personas que un día su familia decidió irse de allí donde habían nacido para emigrar a otra cara del mundo, en busca de un futuro mejor. Esta es mi historia.
Hoy no quiero escribir sobre lo que supone volver a construir una vida en otro lugar, ya que, soy consciente que hay realidades muy diversas a la hora de emigrar a otro país. Depende de los recursos, de los motivos por los que emigras, del entorno social que te recibe… bien, no soy una experta. Pero sí me gustaría reflexionar sobre lo difícil que es construirse una identidad propia cuando en plena infancia o adolescencia tienes que partir a otro país. Habitualmente el lugar que dejas no es fantástico en cuanto a contexto social, político o económico, pero, en cambio, dejas muchas personas a las que quieres y muchos recuerdos. Normalmente en el lugar donde llegas todo es diferente. El día a día, los hábitos, las costumbres, el idioma, los acentos… pasas de ser de un sitio a no ser de ninguno. Tienes dos opciones, aferrarte a como era todo allí donde estabas o abrirte a todo lo nuevo que conoces y mimetizarte hasta casi llegar a olvidar de donde viniste. No sé realmente hay una escala de grises en estos casos. En el caso de Deborah Levy, durante años no quería o sabía contestar de donde era. Ella, incluso, relata en su libro que alguna vez había contestado: no lo sé.
¿De dónde eres? ¿De dónde te sientes?
¿De dónde eres? ¡Qué pregunta! Tan sencilla para contestar para algunas personas y, en cambio, tan difícil de contestar para otras. Habitualmente con esta pregunta viene otra ¿Y de dónde te sientes? ¡Qué obsesión por hacernos elegir! Siempre he pensado que, si en el corazón de una persona puede caber el amor a muchas personas, por qué motivo en ese mismo corazón no puede caber el amor a muchas tierras, lugares, culturas y costumbres.
La historia de Deborah Levy, me llevó irremediablemente a mi adolescencia, a la adolescencia de mi hermano, a la de mi marido… y a la historia de tantas y tantos niños y adolescentes que crecieron entre varias caras del mundo. Conozco también gente que ha vivido toda la vida en una ciudad, pero como sus orígenes son de otros lugares, también viven un poco ese dilema a la hora de construir su propia identidad. También les cuesta contestar a la famosa pregunta de ¿De dónde eres?, o ¿De dónde te sientes?
Ojalá esa pregunta se pudiese hacer de otro modo. De un modo que no condujera solo a una única respuesta. Yo, de momento, no he dado con esa otra fórmula. ¿Qué de dónde soy? Pues yo soy del País de Alicia. De un sitio donde ser diverso es maravilloso. Donde mezclar y mezclarse es la salsa de la vida y donde cualquier tradición suma y se respeta.
Por el cuerpo de mis hijos corre sangre de tres continentes. ¿Y ellos qué piensan de esto? Pues que ser de un solo lugar es aburrido :) ¡Y quién sabe! Quizá mis nietos puedan sumar algún continente más. De hecho, con lo que se mueven hoy las nuevas generaciones, es muy probable que así sea :)
Hoy, desde este mi espacio personal, envío un abrazo a todos l@s niñ@s y adolescentes que crecieron entre varias caras del mundo.
Tan bonito e inspirador como tu querida Alicia
¡Mil gracias, Maria José! 💕
Totalmente de acuerdo que la variedad,,interculturalidad e incomodidad enriqueixen!
Moltes gràcies, Àngels! Per estar sempre 💕
Hola, Alicia:
Gracias por invitarme a pasar por aquí. Pues sí, tienes razón en todo lo que dices. Yo mismo no puedo decir ahora, a ciencia cierta, de dónde soy. Soy un batiburrillo de mucho cuidado. Esto tiene ventajas y desventajas. Largo de contar. Casualmente, mi próximo «Pildorines» (una serie nueva de posts, en formato de microrrelatos, que estoy escribiendo en mi blog), el Nº3, va a hablar de eso, de «desordenar la identidad». Mientras te leía, volví a mi infancia, y me doy cuenta que se va borrando todo, pero siempre queda algo. Gracias. Un abrazo
Amalio, muchas gracias por dedicar un tiempo a mi artículo. He leído tu «Pildorín-Desordenar la identitidad». Me gusta mucho eso de «ceder y tratar nuestra propia identidad como algo menos absoluto, menos definible». Imagino que es cuestión de voluntad, de cómo realmente queremos aproximarnos a la otra persona y de qué pretenemos obtener si «acabar teniendo la razón» o «generar un diálogo compartido que enriquezca a ambas partes». Aquí dejo el enlace a tu pildorín, para quien quiera segur explorando. ¡Nos os lo perdáis!